Han pasado diez años desde que se desató la crisis en Siria, que ha causado mucho dolor y sufrimiento. El mundo le ha fallado al pueblo sirio. En mi papel como Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, al tener a mi cargo la respuesta a una de las crisis de refugiados más grande en la era moderna, rememoro este aniversario con mucho pesar. La comunidad internacional no debe olvidar que esta década de muerte, destrucción y desplazamiento transcurrió frente a sus ojos.
Diez años después, la mitad de la población siria se ha visto obligada a abandonar su hogar. Más de 5,5 millones de personas han sido acogidas en la región, mientras que cientos de miles más han huido a 130 países distintos. Dentro de la propia Siria hay 6,7 millones de personas desplazadas. Diez años después, no queda ningún pueblo o aldea en Siria que no haya sufrido violencia; y son imperdonables el sufrimiento y las carencias que enfrentan quienes han permanecido en el país.
La desesperación que sufren las poblaciones refugiadas de Siria ha llegado a niveles nunca antes vistos a causa de la desaceleración económica derivada de la pandemia de COVID-19 y de la poca asistencia recibida. En Líbano, nueve de cada diez personas de origen sirio viven ahora en pobreza extrema. Además, un gran número de comunidades de acogida en Jordania, Líbano, Turquía e Iraq han rebasado el umbral de pobreza como consecuencia de la pérdida de sustento, las crecientes tasas de desempleo y la COVID-19.
Más de 5,5 millones de personas han sido acogidas en la región, mientras que cientos de miles más han huido a 130 países distintos. Dentro de la propia Siria hay 6,7 millones de personas desplazadas.
Al mismo tiempo, hemos presenciado extraordinarias muestras de generosidad que han salvado millones de vidas sirias. Los países vecinos han dado acogida a millones de personas refugiadas y, por tanto, han asumido una gran responsabilidad. Es tremenda la presión sobre sus economías, los escasos recursos, la infraestructura y las sociedades en general.
Lejos de la región, la oleada de muestras de solidaridad hacia las personas refugiadas de Siria ha llevado a muchos Estados a modificar sus políticas y a apoyar tanto a las personas refugiadas como a los países de acogida por medio del reasentamiento, la reunificación familiar, las visas humanitarias, las becas y otro tipo de vías legales y seguras para las poblaciones refugiadas provenientes de Siria.
Diez años después, no queda ningún pueblo o aldea en Siria que no haya sufrido violencia; y son imperdonables el sufrimiento y las carencias que enfrentan quienes han permanecido en el país.
La gravedad de esta crisis no debe menguar nuestra solidaridad hacia el pueblo sirio. De hecho, debemos redoblar los esfuerzos colectivos para brindar apoyo tanto a las personas refugiadas como a las comunidades de acogida.
Es lo mínimo que podemos hacer por la región y por las personas refugiadas de Siria.