Ayan Muude Adawe se trasladó hace más de siete años a la ciudad costera de Bossaso, en Puntlandia, luego de sufrir las sequías en Etiopía. Adaptarse a su nuevo hogar fue una gran lucha, pero el impacto del cambio climático llevó al límite su poder de resiliencia.
El ciclón Gati, que ocurrió en noviembre del año pasado y fue la más fuerte que haya sido registrada en el país, causó en pocos días la lluvia de dos años. Más de 180.000 personas resultaron afectadas y nueve perdieron la vida.
“Nunca estuve preparada para una tormenta tan devastadora”, recordó Ayan, y continuó: “El agua de la inundación destruyó nuestro alojamiento y se llevó nuestras pertenencias. Nos evacuaron a la mañana siguiente, pero mi hijo de cuatro meses enfermó y murió al día siguiente. Tenía frío y no podía respirar”.
Hasta hace algunos años, los fenómenos meteorológicos extremos eran raros en Puntlandia; sin embargo, el cambio climático ha causado que los ciclones fuesen cada vez más frecuentes. Hoy, las comunidades somalíes no solo se enfrentan a décadas de conflictos internos sino, además, a las consecuencias de situaciones climáticas extremas; las inundaciones causadas por el exceso de lluvia se alternan con la sequía causada por la escasez.
De acuerdo a datos de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, solo el año pasado, 1.3 millones de personas somalíes fueron desplazadas por ciclones e inundaciones; este número superó a la cantidad de desplazamientos ocasionados por sequía extrema o escasez de agua. A ello, deben sumarse las 359.000 personas que debieron huir por los conflictos y la inseguridad.
“Las causas de los desplazamientos son multifacéticas”, comentó Johann Siffointe, representante de ACNUR en Somalia, que agregó: “El año pasado, la mayoría de los desplazamientos que registramos estaban relacionados principalmente con el clima, pero es difícil separar los desplazamientos que se relacionan con el clima, del contexto de inseguridad de Somalia”.
El número de personas desplazadas internas en Somalia ha aumentado hasta unos 2,9 millones; la gran mayoría de ellas vive en más de 2.000 campamentos repartidos por todo el país. La mayoría son alojamientos improvisados, construidos en terrenos privados donde los residentes viven en condiciones lamentables con el miedo constante de ser desalojados.
Ayan vive en uno de estos alojamientos cerca de la orilla del mar en Bossaso, el cual es propenso a las inundaciones, pero su proximidad al centro de la ciudad ofrece oportunidades de trabajo de las que dependen sus habitantes.
“Fui desplazada varias veces por las fuertes lluvias, pero seguí regresando porque quiero estar en una zona donde pueda encontrar un trabajo”, señaló Ayan, que vive con sus dos hijos y trabaja lavando ropa a familias de ciudades cercanas.
ACNUR, junto con otras agencias humanitarias, colabora con el gobierno para proporcionar servicios básicos a las personas desplazadas, como alojamiento, atención de salud y educación. Tras el ciclón Gati, ACNUR envió vía aérea artículos de primera necesidad a las zonas más afectadas de la región de Bari para apoyar a quienes sufrieron el impacto de la catástrofe.
Pero los recursos no son suficientes y preocupa que los imprevisibles patrones meteorológicos, causados por el cambio climático, empeoren las condiciones de las personas ya vulnerables y desplazadas.
“Además de las respuestas de emergencia para salvar vidas, ACNUR se esfuerza por aumentar la resiliencia de las personas para que puedan resistir las crisis recurrentes”, expresó Johann Siffointe de ACNUR. Y cerró: “Ofrecemos programas de medios de vida y educación, y actualmente en Bossaso, estamos trabajando con nuestros socios para reubicar a las personas vulnerables de un alojamiento propenso a las inundaciones para las personas desplazadas internas, a un sitio seguro donde se les proporcionará un refugio transitorio”.
FUENTE: ACNUR.ORG
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