Por Aline Irakarama en Kalemie, República Democrática del Congo
Con las palas al hombro, Kalonda y Samueli ríen y charlan mientras regresan a casa después de una dura mañana trabajando en los campos a las afueras de su pueblo de Sango Malumbi, en la provincia sudoriental de Tanganica, en la República Democrática del Congo (RDC).
Amigos desde la infancia, cuando se conocieron debajo del árbol que les servía de salón de clase, los dos hombres se vieron forzados a huir en distintas direcciones en 2017, cuando la escalada del conflicto intercomunitario entre la comunidad twa de Kalonda y la comunidad bantú de Samueli llegó a su pueblo. Kalonda, de 41 años, huyó al bosque cercano y Samueli, de 39, a la ciudad de Kalemie, a 30 kilómetros de distancia.
“El conflicto empezó de repente, y todos tuvimos que huir de nuestras casas para salvar nuestras vidas”, explicó Kalonda. “Cada uno de nosotros buscó seguridad donde pudo. Sami buscó refugio en Kalemie, mientras que yo encontré seguridad con mi familia en el monte. Fueron los momentos más duros”.
“En el fondo sabíamos que seguíamos siendo amigos”
En aquella época, los conflictos intercomunitarios se recrudecieron en la provincia de Tanganica, desgarrando comunidades y pueblos, arañando el tejido social y erosionando la confianza entre vecinos y comunidades. Cuando las tensiones se relajaron y pudieron regresar meses después, Kalonda y Samueli reavivaron su amistad convirtiéndose en símbolos de cómo las dos comunidades podían sanar sus divisiones y convivir en paz y seguridad.
“En el fondo sabíamos que seguíamos siendo amigos y que, cuando volviéramos a nuestro pueblo, seguiríamos siéndolo”, contó Samueli. “Entre mi familia y la de Kalonda no había ningún conflicto. El enfrentamiento era entre las milicias. No podemos ni imaginarnos siendo enemigos”.
“Nuestra amistad es de la infancia”, añadió Kalonda. “Cuando me casé, Sami me dio dinero para ayudarme a pagar la dote”.
Modelos a seguir
Kalonda y Samueli se encontraban entre los muchos miles de personas que han regresado a sus hogares desde finales de 2018 para reanudar sus antiguas vidas. Pero las tensiones y la desconfianza persisten, entre otras cosas porque los residentes a menudo encontraron sus hogares quemados y los cultivos destruidos, mientras que la escasez generalizada de alimentos se sumó al estrés y la ira. “Nos enfrentamos a enormes dificultades y el hambre subsiguiente fue terrible”, señaló Samueli.
Hoy, Kalonda y Samueli se han convertido en modelos a seguir para forjar y fortalecer las relaciones intercomunitarias. “El conflicto trajo mucho malestar y exacerbó la desconfianza y los agravios entre los habitantes de Sango Malumbi. Queríamos participar en el restablecimiento de los lazos y la consolidación de la paz en nuestro pueblo. Esta es nuestra motivación”, aseguró Samueli.
Ambos se presentaron y fueron elegidos miembros del Comité de Paz del Pueblo de Sango Malumbi, uno de los 80 grupos de este tipo creados por la población local en todo Tanganica desde 2019. Con el apoyo financiero y técnico de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, y su socio local AIDES, los comités están ayudando a las comunidades a convivir de nuevo en armonía.
Cada comité está formado por 20 hombres y mujeres elegidos de las comunidades twa y bantú, encargados de diversas actividades de concienciación para mejorar la comunicación y el diálogo entre los habitantes, y reforzar la cohesión social.
“Recibimos capacitación sobre protección y derechos humanos, y concienciamos sobre distintos temas relacionados con la paz, además de contribuir a la resolución pacífica de los conflictos y evitar que degeneren”, explica Kalonda.
“Los jefes de los pueblos y los habitantes de las aldeas vecinas conocen nuestro Comité de Paz del Pueblo y nos piden ayuda para la concienciación y cuando surge algún problema”, añadió Samueli.
Reconstruir la confianza
Paralelamente a esta consolidación de paz desde la raíz, los comités se dedican a restablecer la confianza, por ejemplo, mediante la creación de campos comunitarios como del que regresaban Kalonda y Samueli, donde hombres y mujeres, twa y bantú, trabajan juntos para plantar, cuidar y cosechar los cultivos que se venden en el mercado.
ACNUR y sus socios están trabajando para apoyar el retorno en curso de más de 195.000 personas desplazadas a pueblos seguros en diferentes partes de la provincia de Tanganica, un proceso en el que los Comités de Paz del Pueblo han demostrado ser integrales, animando a las comunidades locales a esforzarse por una coexistencia pacífica y a superar un peligroso legado de conflictos y tensiones. En total, unas 367.000 personas siguen desplazadas en asentamientos o con familias de acogida en la provincia de Tanganica.
Pero con solo el 15 por ciento financiado de los 232,6 millones de dólares (USD) que ACNUR, a finales de abril, necesita para su respuesta en la RDC en 2023, estas iniciativas vitales corren el riesgo de quedarse sin fondos.
“Nuestra aldea es un lugar donde viven ambas comunidades”, afirmó Samueli. “El Comité de Paz del Pueblo permite que éste siga avanzando y que se resuelvan eficazmente los pequeños conflictos que podrían separarnos. Esperamos inspirar a otros manteniendo la paz, y que nuestros hijos puedan crecer juntos en paz”.