Nov 28

Las familias desplazadas en la República Democrática del Congo luchan todos los días por sobrevivir

Son las nueve de la mañana, pero Odette (44 años) ha estado trabajando sin descanso desde hace horas: mientras limpia y ordena el alojamiento improvisado de la familia, se detiene a revisar una olla de alubias que se están cociendo a fuego lento con la leña que ella misma recolectó al amanecer. “Esto es lo que comeremos hoy”, comentó con una sonrisa en la boca. “Solemos añadir harina de maíz… pero hoy solo habrá alubias”.

Odette, su esposo y sus nueve hijos llegaron hace poco a la ampliación del asentamiento de desplazados de Lushagala, a las afueras de Goma, la capital de la provincia de Kivu del Norte, al este de la República Democrática del Congo; provienen de Saké, a veinte kilómetros al oeste del asentamiento, que ha crecido rápidamente: en él residen más de 36.500 familias (la mayoría fue desarraigada por el recrudecimiento de la violencia en el territorio de Masisi en los últimos meses).

“Las explosiones nos despertaron en la madrugada. Entramos en pánico al escuchar disparos en una colina cercana. Huimos de inmediato”, recuerda Odette. “Vimos muchísimos cuerpos a la mañana siguiente. En ese momento supimos que no podíamos volver. Caminamos durante dos días, hasta llegar a Lushagala. En el trayecto lloramos la pérdida de nuestros familiares, pero sentimos alivio porque logramos ponernos a salvo”.

El complejo, prolongado y cruento conflicto en la República Democrática del Congo ha desplazado a más de 6,4 millones de personas dentro del mismo país, que ha dado acogida a más de 525.000 personas refugiadas que provienen de Burundi, República Centroafricana, Ruanda y Sudán del Sur.

Con estos desplazamientos, que han sido masivos y sostenidos, ha aumentado la presión sobre los limitados recursos. La historia de Odette se asemeja a la de un sinnúmero de personas que han sido desplazadas por la incesante violencia. Tan solo en los primeros seis meses de 2024, casi un millón de personas fueron desplazadas (muchas de ellas, en más de una ocasión). Si bien algunas de ellas han sido acogidas por familias locales cerca de Goma, la mayoría vive en condiciones de hacinamiento en asentamientos formales e improvisados, donde persisten los riesgos de seguridad y es limitada la ayuda disponible.

Además, no se satisfacen necesidades básicas, como el alimento, el alojamiento y la atención médica. La situación se complejiza aún más – tanto para las personas desplazadas como para las comunidades que tratan de ayudarlas – con el rápido aumento del precio de los alimentos y el brote de varias epidemias.

Aunado a ello, resulta preocupante que las mujeres y las niñas están sumamente expuestas al riesgo de sufrir violencia de género: muchas de ellas fueron víctimas de violencia sexual mientras hacían lo posible por ponerse a salvo y otras han tenido que recurrir al trabajo sexual para sostenerse y alimentar a sus familias. Tan solo en la provincia de Kivu del Norte, el número de casos de violencia de género reportados aumentó de 20.771 (a principios de 2023) a 27.328 en el mismo periodo en 2024; del total de incidentes, la violación sexual compone el 63 por ciento. Sin embargo, es probable que la cifra sea mucho más alta considerando que no todos los casos se denuncian.

Una lucha por sobrevivir

Odette trabaja incansablemente y hace lo posible por sostener a su familia. Gracias a un programa de fomento de las pequeñas empresas y gracias a una subvención de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, es dueña de una modesta tienda y de un puesto de bebidas cerca del albergue en el que vive. “Antes vivíamos bien porque podíamos alimentarnos con la comida que cultivábamos en nuestras tierras, pero ahora debemos hacer lo posible con pocos recursos”, dijo Odette. “Estos negocios me permiten satisfacer las necesidades básicas de mi familia. Quizás no es mucho, pero por lo menos puedo darles esto”.

Odette está acomodando el inventario de la tienda que gestiona en el asentamiento de desplazados de Lushagala.
© ACNUR/Guerchom Ndebo

Luego de haber huido de su lugar de origen, Mwamini (38 años) y sus cinco hijos – uno de ellos es muy pequeño – recorrieron 93 kilómetros para ponerse a salvo. En el trayecto, la familia se separó: Mwamini no ha visto a su esposo desde entonces. De momento, ella y sus hijos viven en Bushagara, otro asentamiento de desplazados cerca de Goma. “Caminamos durante dos semanas; dormíamos al borde de la carretera”, contó. “Imploramos por comida y agua a lo largo del camino”.

Si bien Mwamini se sintió aliviada cuando llegaron al asentamiento de desplazados, el futuro la hace sentir ansiosa. Le preocupan sus hijos, que no han podido ir a la escuela; sin embargo, su mayor preocupación es alimentar a su familia. “Las condiciones de vida aquí distan mucho de ser ideales. Sin duda es más seguro (o sea, no hay disparos ni vivimos con miedo), pero necesitamos alimento y albergue. Estoy amamantando, pero no desayuné esta mañana”.

Soñar con el hogar

Dado que la situación humanitaria se está deteriorando, ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, y otras organizaciones se esfuerzan por satisfacer las necesidades más apremiantes de las personas desplazadas. Sin embargo, una aguda escasez de fondos está obstaculizando la capacidad de ACNUR para responder adecuadamente a la crisis: de los USD 250 millones que se requieren en 2024 para ayudar a las personas desplazadas en la República Democrática del Congo, a finales de octubre apenas se había recibido el 40 por ciento.

“Deseamos que las autoridades acaben con los enfrentamientos para que podamos volver a nuestro hogar”, recalcó Mwamini, haciendo eco del sentir de muchas personas desplazadas al este de la República Democrática del Congo.

Mwamini camina por el asentamiento de Bushagara junto con cuatro de sus hijos.
© ACNUR/Guerchom Ndebo

Odette también sueña con la consolidación de la paz, que sería propicia para que su familia volviera a su lugar de origen y pudiera reconstruir su vida. “Antes de huir, teníamos previsto ampliar nuestra casa para que nuestros hijos vivieran mejor”, compartió.

Mientras trabaja sin descanso para sostener a su familia, Odette imagina que habla con las personas que han provocado la crisis. “Si pudiera, les preguntaría si comprenden el sufrimiento que están causando”, resaltó. “Les pediría que recapaciten y que dejen de hacer lo que están haciendo”.

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