LA ACTIVISTA SABUNI FRANCOISE CHIKUNDA HA TOCADO MUCHAS VIDAS EN LOS TRES AÑOS DESDE QUE LLEGÓ AL ASENTAMIENTO DE REFUGIADOS DE NAKIVALE EN UGANDA.
Para los niños y las niñas del centro de recepción, la sonriente mujer de 49 años es una dedicada profesora de inglés. Para las mujeres que se reúnen todos los días para hacer artesanías y discutir asuntos de interés en el centro de mujeres Kabazana, ella es su fundadora y presidenta. Y para los cientos de mujeres del asentamiento que han sobrevivido a la violencia sexual y de género, ella es su consejera y confidente.
“Quiero ayudarlas a olvidar las cosas por las que han pasado para que puedan comenzar una nueva vida”, dice Francoise, mientras se encuentra en un campo en Nakivale, mirando alrededor del vasto asentamiento que alberga a unos 133.000 refugiados.
Convertir la adversidad extrema en un nuevo comienzo es profundamente personal para Francoise, quien llegó al asentamiento en Nakivale en junio de 2017 al final de una terrible experiencia de violencia y desplazamiento que se remonta a décadas.
“Quiero ayudarlas a olvidar las cosas por las que han pasado para que puedan comenzar una nueva vida”, cuenta Francoise.
Durante el genocidio de 1994 en Ruanda, sobrevivió a un brutal ataque. Posteriormente sufrió violencia, tortura y violación a manos de grupos armados en su natal República Democrática del Congo, quienes la secuestraron y la mantuvieron como esclava durante años.
“Pasé por mucho… perdí mi casa, mi familia, mi trabajo… todo”, dice en voz baja. “Me violaron varias veces. Mi esposo y mis cuatro hijos fueron asesinados”, relata la mujer. Logró huir a Uganda, donde en solo seis meses, y a pesar del trauma que había sufrido, se convirtió en líder comunitaria, maestra voluntaria y consejera, gracias a su personalidad optimista y actitud positiva ante la vida. Su rostro se ilumina mientras camina por el aula ahora vacía en Nakivale, donde solía enseñar inglés antes de que todas las lecciones se detuvieran debido a la pandemia de COVID-19. “Me encanta enseñar, es mi pasatiempo. También me mantiene ocupada. Cuanto más enseño, más cómoda me siento”, cuenta.
Estar de pie en este salón de clases parece darle alguna forma de liberación del pasado. “Trato a los niños como si fueran míos. No tengo hijos, así que cuando estoy con ellos, soy muy feliz”, explica ella.
Su terrible experiencia la llevó a buscar a otras sobrevivientes de la violencia en el asentamiento, comenzando con un grupo de solo 10 mujeres que se reunían en su casa. Ellas compartían sus experiencias y, lo que es de vital importancia, se centrarían en los próximos pasos que debían tomar para rehacer sus vidas.
Su trabajo cuenta con el apoyo de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, a través de su agencia socia, el American Refugee Council, que en 2018 le brindó a Francoise un espacio para establecer el Centro de Mujeres Kaba-zana. Desde su fundación, más de 1.000 mujeres han recibido formación allí en diversas actividades generadoras de ingresos, que van desde la sastrería hasta la cocina, la artesanía, la peluquería y la agricultura.
Por su incansable activismo, Francoise ha sido elegida como la ganadora regional para África del Premio Nansen para los Refugiados del ACNUR, un prestigioso premio anual que honra a quienes han hecho todo lo posible para apoyar a las personas desplazadas por la fuerza o apátridas.
El ganador global del premio, aún no revelado, se anunciará el 1 de octubre. El premio en sí mismo será presentado por ACNUR, en una ceremonia virtual el 5 de octubre.
“Día a día, cuando otras mujeres ven el cambio y la mejora en estas mujeres, siguen viniendo al centro”, dice Francoise con orgullo.
La labor de Francoise
Mientras camina por el asentamiento, se le une un grupo de mujeres que la saludan emocionadas. No la han visto en casi tres meses, desde que se fue a la capital, Kampala, para recibir tratamiento. La mayoría de ellas son sobrevivientes de violencia y beneficiarias del centro de Francoise. Vestidas con trajes de estampados africanos vibrantes, abrazan a Francoise, riendo a carcajadas mientras entran al recinto de una amiga.
Una de las mujeres, Ntahobari, sobrevivió a una horrible violación en grupo mientras huía del Congo en 2016. Separada de su esposo y sus cuatro hijos, logró llegar a Uganda y ha estado angustiada desde entonces. Ella no sabe dónde está su familia o incluso si todavía están con vida. Conoció a Francoise a través del centro de mujeres donde la ayudaron a permanecer ocupada.
“No pienso en lo que me pasó y en esos momentos, no lloro”, dice la activista sobre el tiempo que pasa con las otras mujeres.
Francoise comprende la necesidad de mantenerse ocupada, como suele hacer ella misma, para mantener a raya los malos recuerdos. “Sabes que cuando estás ociosa, el estrés aumenta y sigues recordando las cosas por las que pasaste. Pero cuando estoy ocupada, enseñando a las mujeres y las niñas, e intercambiando nuestras experiencias, ayuda mucho”, revela.
Las mujeres han abierto varios negocios y recientemente comenzaron a hacer vino. Pero debido a las restricciones de circulación por la COVID-19 y el posterior cierre, tuvieron que adaptarse rápidamente y convirtieron la bodega en una farmacia. Ahora planean abrir una clínica.
Entre las capacitadas en el centro de mujeres se encuentra Neema Claire, que aprendió a hacer sastrería y peluquería. Junto con Francoise, ahorraron suficiente dinero para iniciar un negocio, haciendo y alquilando vestidos de novia y decoraciones para eventos en el asentamiento.“Todos los fines de semana alquilamos vestidos a dos, a veces incluso a cuatro parejas”, dice.
Con la COVID-19, el negocio se desaceleró, pero las mujeres diversificaron su tienda y comenzaron una tienda de comestibles.
“Les he enseñado a ser independientes y estoy muy orgullosa”, admite la activista.
De cara al futuro, a Francoise le gustaría recibir financiación adicional, materiales para la confección y espacio para seguir trabajando con un número creciente de mujeres y niñas en el asentamiento. “Quiero ver un cambio en sus vidas, social y económicamente, y al mismo tiempo presentarles oportunidades más amplias”, indica. Y agrega con una sonrisa: “Me siento tan bien por ayudar a sanar a mis compañeras refugiadas en estos tiempos difíciles. Les he enseñado a ser independientes y estoy muy orgullosa”.
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El Premio Nansen para los Refugiados recibe su nombre en honor al explorador noruego, humanitario y ganador del Premio Nobel de la Paz Fridtjof Nansen, el primer Alto Comisionado para los Refugiados, quien fue nombrado por la Liga de Naciones en 1921. Su objetivo es mostrar sus valores de perseverancia y compromiso ante la adversidad.