En una habitación con poca luz del pequeño departamento en Alepo donde ahora vive su familia, Amal, de nueve años, se sienta en un colchón con una cobija que cubre una lesión que le cambió la vida. Hace ocho años, con solo 18 meses, Amal perdió la pierna derecha cuando un proyectil golpeó su casa en la ciudad de Hama y explotó en el cuarto donde ella dormía.
Después de huir de los combates, la familia se mudó muchas veces en busca de seguridad antes de que finalmente se establecieran en Alepo, la segunda ciudad de Siria y antiguo centro industrial que todavía hoy tiene muchas cicatrices de la crisis de diez años en el país.
“Nos mudamos de una casa a otra, de un área a otra”, explicó la mamá de Amal, Samar de 37 años. “Lo más difícil fue tener que desplazarnos una y otra vez porque siempre que movíamos a Amal, su herida volvía abrirse y sangraba. Le llevó siete meses sanar”.
Después de meses de tratamiento, Amal ahora puede caminar para ir a la escuela con ayuda de una prótesis y sueña con convertirse en abogada algún día. “No me gusta quedarme inactiva”, dijo Amal. “Camino a la escuela sola. Lo prefiero. No es difícil. Hice muchas amistades en la escuela desde el primer día”.
“Lo más difícil fue tener que desplazarnos una y otra vez porque siempre que movíamos a Amal, su herida volvía abrirse y sangraba. Le llevó siete meses sanar”, cuenta Samar.
Rodeados por edificios dañados y montones de escombros en el empobrecido barrio donde viven, están regresando gradualmente a una vida normal junto con otros residentes que huyeron durante la fase más aguda de los combates.
A pesar de que los comerciantes recuperaron los talleres dañados y el tráfico se restableció en las horas pico, en el fondo todavía se puede sentir el impacto devastador de la última década de conflicto, y para muchos, como la familia de Amal, las dificultades son peores que nunca. Años de desplazamiento han agotado todos los ahorros que tenían, por lo que ya no pueden cubrir el alquiler o los gastos médicos y dependen completamente de las agencias de ayuda y de donaciones.
“Por mucho que trate de explicarles (a ustedes) lo difícil que es la situación, en realidad es mucho peor”, declaró Samar. Y agregó: “Antes de la crisis teníamos nuestra propia casa, mi esposo tenía un trabajo. Ahora, antes de comprar cualquier cosa, tenemos que pensarlo cientos de veces, sea comida o ropa, o cualquier cosa. Nunca me imaginé que me encontraría en esta situación”.
Más de 5,5 millones de personas de Siria viven como refugiados en los países vecinos, y 6,7 millones siguen desplazadas dentro del país, incluidos 2,5 millones de niñas y niños aproximadamente
En la década pasada, millones de personas sirias como Amal y su familia se han visto forzadas a huir de sus casas en lo que sigue siendo la mayor crisis de desplazamiento en el mundo. Más de 5,5 millones de personas de Siria viven como refugiados en los países vecinos, y 6,7 millones siguen desplazadas dentro del país, incluidos 2,5 millones de niñas y niños aproximadamente.
Siria está atravesando una de las peores recesiones socioeconómicas desde que empezó la crisis. Solo en el último año, la libra siria ha perdido tres cuartas partes de su valor mientras que el costo de los alimentos y otros artículos básicos se ha disparado en más del 200 por ciento. El comienzo de la pandemia de COVID-19 ha empeorado una situación que ya era terrible.
El efecto combinado ha sido una reducción drástica del poder adquisitivo y ha elevado los niveles de endeudamiento, dejando a millones de personas incapaces de llevar alimento a la mesa y cubrir sus necesidades básicas. Actualmente, más de 13 millones de personas sirias requieren asistencia humanitaria y de protección, y casi el 90 por ciento de la población vive en pobreza.
A pesar de los grandes desafíos, las personas sirias continúan realizando notables esfuerzos para salir adelante y tratar de reconstruir sus vidas. Miles de personas anteriormente desplazadas están optando por regresar a sus ciudades y pueblos, a menudo a pesar de la destrucción generalizada de hogares, escuelas, hospitales y otra infraestructura.
“Caminamos desde el anochecer hasta el amanecer, descalzos y sin agua. Perdí a mis hijos en la oscuridad de la noche, pero los pude encontrar de nuevo”, recuerda Abeer.
Originaria de Dayr Hafir, una ciudad a 50 kilómetros al este de Alepo, Abeer de 30 años y madre de cinco hijos, y su familia fueron desplazados muchas veces. Durante el desplazamiento, su esposo fue asesinado cuando iba a comprar comida a un mercado local. Un año después, luego de una mejora en la situación de seguridad en su ciudad, Abeer decidió regresar. “No podía pagarle a nadie para que nos trajera a casa, así que caminamos desde el anochecer hasta el amanecer, descalzos y sin agua. Perdí a mis hijos en la oscuridad de la noche, pero los pude encontrar de nuevo”.
Ellos encontraron su casa dañada y saqueada. Sin trabajo o ahorros, Abeer tuvo que empezar desde cero. Por meses ellos durmieron en el piso de un edificio abandonado, comiendo solo la verdolaga que logró cultivar en parcelas de tierra cerca de su casa. Abeer se vio obligada a dejar a sus hijos pequeños solos todos los días mientras salía a buscar trabajo.
“Cuando regresamos por primera vez, me enfrenté a circunstancias realmente difíciles”, explicó Abeer. “Pasamos por periodos donde no teníamos ni aceite para cocinar, ni nada. Empecé a trabajar la tierra y tuve que dejar a mis hijos solos en casa. No podía permitirme comprar nada si no dejaba a mis hijos solos para ir a trabajar”.
Con un estimado de 12,4 millones de personas sirias con inseguridad alimentaria, muchas familias se ven obligadas a recurrir a estrategias de supervivencia nocivas, que incluyen sacar a las niñas y niños de las escuelas para trabajar o contraer matrimonios forzados. Se estima que el año pasado 2,5 millones de niñas y niños sirios no asistían a la escuela, y que 1,6 millones de ellos estaban en riesgo de abandonarla.
Ahogada por las deudas, la suerte de Abeer finalmente cambió cuando escuchó sobre un centro comunitario en su zona apoyado por ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, que ofrecía apoyos para pequeñas empresas.
Después de haber obtenido apoyo financiero, Abeer pudo abrir su tienda de abarrotes y ahora se mantiene a sí misma y a sus hijos con los ingresos que genera. “El día que lo recibí (el apoyo), mi cerebro no podía comprenderlo. Pensé que estaba soñando”, recordó Abeer. Y añadió: “Mi vida pasó de cero a cien. La parte más importante es que no necesito dejar solos a mis hijos nunca más”.
“Ruego que mis hijos puedan tener una vida hermosa, mejor que la mía”.
Abeer también está recibiendo apoyo psicológico en el centro comunitario para ayudarla a sobrellevar la pérdida de su esposo y los muchos desafíos que continúa enfrentando. En Siria, los años de desplazamiento, la exposición a la violencia, la pérdida de seres queridos, la falta de empleo y el aumento de la pobreza siguen teniendo un impacto severo en la salud mental de las personas.
A lo largo de los últimos diez años, el personal de ACNUR en Siria ha estado brindando asistencia de primera necesidad a las familias que han perdido todo, con inclusión artículos esenciales como colchones y cobijas, provisión de kits de alojamiento y reparaciones básicas del hogar, apoyo psicosocial y otros servicios de protección, y acciones en materia educativa y sanitaria, como la compra de equipos y rehabilitación escolar.
Mientras familias sirias como la de Abeer y Amal continúan mostrando una increíble resiliencia después de una década de conflicto, el año pasado muchas personas llegaron al límite. Se requiere del apoyo continuo de la comunidad internacional y humanitaria para ayudar a las personas sirias a hacer frente al empeoramiento de las condiciones socioeconómicas.
“Ruego que mis hijos puedan tener una vida hermosa, mejor que la mía”, dijo Abeer. Y cerró: “Quiero que mis hijos crezcan y alcancen el éxito, y que no necesiten depender de nadie. No quiero que sean humillados como yo lo he sido”.
FUENTE: ACNUR.ORG