Toma más de 10 horas por carretera desde Yaundé, la capital de Camerún, llegar al pueblo de Gado-Badzéré, ubicado al extremo este del país. A primera vista, esta comunidad rural cerca de la frontera con la República Centroafricana (RCA) parece poco llamativa, pero entre las modestas casas y los campos de tierra roja se esconde un espíritu de hospitalidad verdaderamente extraordinario que ha transformado innumerables vidas.
Su Majestad Martin Azia Sodea, actual Jefe de Gado-Badzéré, nació en la casa que aún hoy sirve de residencia al Jefe. El grandioso título contrasta con la tranquila autoridad y el carácter afable de un hombre que se siente tan cómodo trabajando en el campo con botas de goma como presidiendo reuniones con sus lujosas túnicas ceremoniales.
De niño, el jefe Sodea veía a su padre resolver disputas, recibir a los visitantes y trabajar duro para mantener la unidad de la aldea. Recuerda un hogar cuyas puertas siempre estaban abiertas y donde cualquiera que lo necesitara podía encontrar un lugar en la mesa.
“Aquí me enseñaron a no ofender nunca, a no rechazar nunca la ayuda. Nuestros padres nos criaron con humildad y apertura. Siempre había comida para todos”, recuerda el Jefe Sodea.
Después de terminar la escuela, se unió a la gendarmería, donde sirvió durante 33 años antes de jubilarse. Su carrera incluyó formación en gestión de crisis y trabajo como miembro de las fuerzas de paz de la ONU en la República Centroafricana, un papel que profundizó su comprensión del conflicto, el desplazamiento forzado y la necesidad de proteger a la población civil.
En 2014, mientras el conflicto armado se recrudecía en la República Centroafricana, miles de refugiados cruzaron la frontera en busca de protección en la vecina Camerún. En ese momento, Gado-Badzéré tenía poco más de 12.000 habitantes, pero la comunidad no dudó en acoger hasta 36.000 personas refugiadas. Once años después, el jefe y todo el pueblo coinciden en que acogerles fue la decisión correcta.
“Las primeras personas refugiadas que llegaron aquí estaban hambrientas después de recorrer largas distancias en condiciones muy duras. Todavía recuerdo los llantos de los niños y las madres agotadas que ya no podían cargar a sus bebés”, cuenta el jefe.

El Jefe Sodea preside una reunión de residentes locales y refugiados de la aldea de Gado-Badzéré, al este de Camerún.
© ACNUR/Charity Nzomo
Para el jefe, el comité de ancianos y toda la comunidad, la prioridad inmediata era proteger vidas. No se trataba de caridad ni de obligación, sino de un abrumador sentido del deber moral y una forma de honrar sus propias tradiciones.
La hospitalidad iba mucho más allá de establecer un lugar para acoger a las familias y brindarles alojamiento y comida. En Gado-Badzéré, significaba una coexistencia plena. “Desde el principio, nunca se planteó la opción de aislar a las personas refugiadas”, explica el Jefe Sodea. “Decidimos que debían vivir entre nosotros, moverse libremente por la aldea… y que nosotros también podíamos entrar en su campamento cuando quisiéramos. Sin distinciones, sin barreras”.
En reconocimiento a la profunda solidaridad mostrada hacia las personas refugiadas por él y su comunidad, el Jefe Martin Azia Sodea ha sido nombrado laureado global del Premio Nansen para los Refugiados de ACNUR 2025. Este prestigioso galardón, que se entrega anualmente, rinde homenaje a aquellas personas que van más allá para ayudar a las personas desplazadas por la fuerza o apátridas. Junto al laureado global de este año, cuatro ganadores regionales también serán homenajeados en una ceremonia de entrega de premios que se celebrará en Ginebra el 16 de diciembre.
Educación y salud: símbolos de acogida
La escuela primaria en la que estudió el jefe Sodea es ahora uno de los símbolos más visibles de la inclusión de la población refugiada. Casi el 65 por ciento de sus alumnos son refugiados de la República Centroafricana. En una clase de primer grado, 154 alumnos comparten un espacio diseñado para un tercio de ese número. Sin embargo, no hay distinción entre la niñez local y la refugiada: aprenden, juegan y crecen juntos.
Para Jacqueline Aissinga, profesora de primer grado de la escuela, educar a estas niñas y niños no es solo un trabajo, sino una responsabilidad para con toda la comunidad. “Depende de nosotros darles los fundamentos. Cuando entro al aula, sé que estoy construyendo el futuro de toda la aldea”, comenta.
A pesar del hacinamiento en el aula y otros retos, su compromiso con cada niño es inquebrantable: “Quiero ver a estos niños crecer sin armas en las manos. Quiero que tengan éxito, que se conviertan en líderes y ciudadanos responsables”.

Jacqueline Aissinga imparte clases a estudiantes locales y refugiados de primer grado en la escuela primaria Gado-Badzéré.
© ACNURCharity Nzomo
En el comedor escolar cercano, Nazira Pélaji, de 52 años y madre de siete hijos, cocina junto a otras mujeres de la aldea. Mientras los huevos se cocen a fuego lento en grandes sartenes, las risas llenan el ambiente mientras preparan el almuerzo de los estudiantes, con movimientos sincronizados y familiares. En el bullicio de la cocina, la distinción entre refugiados y locales se evapora como el agua que hierve en las ollas.
Nazira llegó de Bangui en 2014 y recuerda vívidamente sus primeros momentos en Gado-Badzéré: “Cuando llegamos, estábamos cansados y perdidos. Pero Camerún nos acogió. El Gobierno y los jefes nos dieron un lugar para dormir, comida y cuidados. Nunca lo olvidaré”, afirma.
Once años después, sus hijos se han criado aquí, algunos nacieron en la aldea. Seis de ellos siguen asistiendo a la escuela local. Su única ambición, dice, es darles un futuro mejor. Mientras trabaja junto a otras mujeres, su sonrisa tranquila refleja una verdad más profunda: Gado-Badzéré ya no es simplemente un lugar para refugiarse, se ha convertido en su hogar.

El personal del comedor distribuye el almuerzo a estudiantes de la escuela primaria de Gado-Badzéré.
© ACNUR/Charity Nzomo
A pocos cientos de metros del palacio del jefe, el centro de salud local atiende a un flujo constante de pacientes todos los días. En la sala de espera, las conversaciones se mezclan en sango, francés y gbaya, lo que refleja la cobertura de salud universal que beneficia por igual a cameruneses y refugiados.
Si Gado-Badzéré es un ejemplo brillante de la acogida que se brinda a la población refugiada, forma parte de un compromiso nacional más amplio con la inclusión de los refugiados que se refleja en las promesas de Camerún en los Foros Mundiales sobre los Refugiados de 2019 y 2023. Este enfoque de todo el Gobierno tiene por objeto ampliar el acceso de las personas refugiadas a los servicios sociales, mejorar su autosuficiencia y promover la integración local, pasando de una respuesta humanitaria a una agenda de desarrollo a largo plazo.
Mayor autosuficiencia
Desde la llegada de las personas refugiadas de la República Centroafricana, Gado-Badzéré ha recibido apoyo en concepto de alimentos, alojamiento y servicios de saneamiento de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, ONG y otras organizaciones internacionales. Sin embargo, con el tiempo, la ayuda humanitaria ha disminuido. Las distribuciones de alimentos, que antes eran regulares, se han vuelto esporádicas e insuficientes. Como resultado, el jefe y otros habitantes del pueblo tuvieron que encontrar formas de que las personas refugiadas se ayudaran a sí mismas.
“La dignidad de las familias depende de su capacidad para alimentarse”, señala el Jefe Sodea. “Cuando la ayuda comenzó a disminuir, tuvimos que encontrar una solución. Puse a nuestra disposición tierras para que cultiváramos juntos. Los cultivos – hojas de yuca, tubérculos, maíz – ayudan a que familias enteras sobrevivan».
En total, se han proporcionado a las personas refugiadas alrededor de 66 hectáreas para el cultivo. Además de impulsar su autosuficiencia mediante la producción de sus propios alimentos y la venta del excedente en el mercado local para obtener ingresos, la medida también ha fortalecido los lazos sociales entre la población refugiada y la comunidad de acogida, fomentando el apoyo mutuo y el intercambio.

El Jefe Sodea (al centro) ayuda a limpiar las malas hierbas de un campo reservado para los refugiados de la República Centroafricana en la aldea de Gado-Badzéré, al este de Camerún.
© ACNUR/Charity Nzomo
El Jefe Sodea afirma que compartir la tierra con la población refugiada era lo correcto, ya que les aportaba una estabilidad a largo plazo similar a la que les proporcionaba el acceso a los servicios de educación y salud. “La tierra no desaparece. Ha estado aquí desde nuestros antepasados y seguirá aquí después de nosotros. Entonces, ¿por qué guardarla solo para nosotros?”, se pregunta. “Sabemos que las personas refugiadas no se quedarán para siempre. Por eso es mejor dejarles cultivar, alimentarse y reconstruir sus vidas”.
La resolución pacífica de conflictos es otra piedra angular del enfoque de Gado-Badzéré. Para mantener la cohesión, un consejo semanal reúne al jefe, a su consejo de ancianos y a los representantes de los refugiados. Juntos, abordan las tensiones, identifican posibles fuentes de conflicto y buscan soluciones inmediatas para evitar que la situación se agrave.
“Creamos comités mixtos. Cada vez que hay un problema, el jefe del sector acude a nosotros y lo resolvemos juntos. Desde que llegaron los refugiados en 2014, nunca hemos tenido que acudir a los tribunales”, explica el jefe.
Despedidas agridulces
Cuando algunos refugiados centroafricanos deciden regresar a su país, aprovechando la mejora gradual de la seguridad en su lugar de origen, el jefe admite que puede ser un momento agridulce.
“Nos duele. Cada vez que vemos partir a personas que han formado parte integral de nuestra comunidad durante más de una década, nos rompe el corazón”, comenta.
Pero, siempre que su regreso sea voluntario y seguro, comprende el atractivo de volver a casa. “Ya han sufrido bastante. Espero que vuelvan a encontrar la paz verdadera y que nunca más tengan que sufrir atrocidades”, añade.

El Jefe Sodea abraza a uno de los refugiados residentes en Gado-Badzéré en un campo cercano a la aldea.
© ACNUR/Charity Nzomo
En cuanto a quienes se quedan, el Jefe Sodea afirma que le alegra ver cómo la línea invisible entre “ellos” y “nosotros” desaparece poco a poco. “Hoy en día, nuestros hijos hablan sango y gbaya. Vivimos juntos”, comenta, refiriéndose a las dos lenguas principales que hablan las personas refugiadas de la República Centroafricana y su comunidad de acogida camerunesa, respectivamente.
A pesar del papel fundamental que han desempeñado su liderazgo y su ejemplo en la acogida y el alojamiento de decenas de miles de personas refugiadas en Gado-Badzéré, el principal orgullo del Jefe Sodea es cómo toda la comunidad se ha movilizado y ha demostrado lo que se puede lograr con una mente y un corazón abiertos.
“Es un gran orgullo que Gado-Badzéré sea ahora conocido en todo el mundo. Gado representa a África, representa a Camerún”, concluye. “[Acoger a los refugiados] no fue fácil. No era algo que se esperara que todos hicieran. Pero teníamos el corazón para ello, y vuelvo a dar las gracias al pueblo de Gado por aceptarlo”.

