Símbolo de una nueva forma de vincularse y vivir las ciudades tras la pandemia, la bicicleta abre oportunidades en la ciudad de Mendoza. Un curso impulsado este año por ACNUR reunió en Argentina a personas refugiadas, migrantes y desplazadas en torno al diseño y reparación de bicicletas. Ángel y Nelson, dos de los participantes, planifican ahora la apertura de su propio emprendimiento.
Mil kilómetros al oeste de Buenos Aires, se precipita una revolución en ciernes: la de la bicicleta. Ciclovías, sistemas públicos de bicicletas y miles de personas sobre ruedas en calles compartidas son algunas de las marcas visibles del cambio. La pandemia, ese tiempo donde muchas personas evitaron el autobús o el tren, terminó de precipitar una transformación urbana en varias ciudades del continente. Mendoza no es la excepción.
Ese es el contexto. La experiencia: una transformación personal y colectiva de la que formar parte. Nelson, por ejemplo, era chofer y runner en Venezuela, hasta el año 2018. Argentina abrió un nuevo capítulo en su vida. Aquí se conectó con otras personas llegadas de Venezuela, a través de un grupo de WhatsApp de la Asociación de Venezolanos de Cuyo, en el que un día recibió la invitación a participar. No lo dudó: “Tenía muchas ganas de aprender otras cosas que no sabía hacer”. Lo que más le gustó, dice, fue “el armado de bicicletas completas”, porque “se aprende mucho y abre oportunidades de trabajo”.
«En los oficios no importa el idioma, sino la habilidad de poder desarrollar algo con las manos».
«En los oficios no importa el idioma, sino la habilidad de poder desarrollar algo con las manos».
Las ganas de saber más también motivaron a Ángel, que pasó de ser contador en Venezuela a detallar, con aguda lucidez, los sistemas modernos de freno y los sistemas de cambios y velocidades. Son dos de los temas que más le interesaron. Pero también le atrapó, agrega, “el tema del uso masivo de la bicicleta en tiempos de pandemia, las proyecciones de crecimiento de las empresas del rubro bicicletero, y las actividades vinculadas como la venta de repuestos, mantenimiento, talleres…”. Con ocho clases de cuatro horas cada una, el curso buscó compatibilizar teoría y práctica.
Santiago Juri, un joven mendocino de 39 años, estuvo a cargo de la capacitación. Sus clases no replicaban el clásico vínculo entre alumno y profesor. “La relación entre profe y estudiante de otro país fue una experiencia espectacular para mí, muy enriquecedora. Ver que muchas personas entendieran que esta era una experiencia laboral, una oportunidad, te llena”, explica cuando se le consulta por la dinámica aplicada. Su perro, Yuri, parece asentir, pero en realidad busca algunas caricias subiendo y bajando la cabeza.
«Aprender un oficio es importante porque abre oportunidades para ganarse la vida».
Hace cuatro años, Santiago abrió una bicicletería en Mendoza: “Bicicletas Yuris”. Años antes había estudiado en la Facultad de Artes y Diseño de la Universidad de Cuyo. “Estábamos terminando la facultad con un compañero y comenzamos a restaurar bicicletas en desuso a distintas personas y después, de a poquito, empezamos a preguntarnos por qué no fabricar bicis. Tocaba aplicar los conocimientos de diseño, enfocados ahora al uso urbano de la bicicleta”. Empezaron de abajo: pintando donde se podía y buscando líneas de financiamiento.
Crecieron en cantidad de clientes, ganaron confianza y empezaron a fabricar. Fue “el gran paso”. Se instalaron con una cámara de pintura, comenzaron a producir y armaron una red de distribución que conectaba Mendoza con las provincias de Misiones, Chaco, San Juan, San Luis, Neuquén y Buenos Aires. Pero la idea aún estaba incompleta: querían que su empresa también hiciera algo por los demás. Fue entonces cuando propusieron a ACNUR una capacitación para personas refugiadas, en base a la idea de que los oficios son la primera puerta de entrada en el medio laboral.
Lo más motivante para Santiago fue “ver cómo van adquiriendo conocimientos y cómo te lo agradecen. Te mandan fotos después, te muestran que están arreglando bicicletas de un vecino, de un pariente…”. “Es muy reconfortante”, resume. Cada una de las 20 personas que participaron de esta primera experiencia egresó con un kit de herramientas completo para poder abrir su propio negocio. Y, a la vez, el curso buscó generar vínculos con diferentes bicicleterías de Mendoza, de modo que las personas capacitadas puedan luego incorporarse al medio laboral.
«La bici representa un símbolo absoluto de libertad».
«La bici representa un símbolo absoluto de libertad».
Nelson pasó entonces de conducir coches a reparar bicicletas. “Aprender un oficio es importante porque abre oportunidades para ganarse la vida. Otros conocimientos, otras experiencias. Nunca está demás lo que uno aprende”, enfatiza, y agrega un mensaje de esperanza: “Todo lo que uno aprenda nunca está de más. Nunca es tarde para emprender”. Ángel, que quiere explorar el camino de las bicicletas eléctricas y las diseñadas para personas con discapacidad, coincide: “Los oficios nunca van a dejar a alguien cesante”. A diferencia de una profesión, explica, “no importa el idioma, sino la habilidad de poder desarrollar y armar algo con las manos”.
El fin del curso se celebró con “un gran asado con arepas”. Nelson y Ángel esperan ahora la hora de emprender. Se están preparando para ello. Para ese momento cuentan con su nuevo kit de herramientas, pero también con la experiencia de haber compartido, clase a clase, sus historias, sus dudas y sus proyectos de vida. Además de ser un medio de transporte gratuito y sostenible que favorece el acceso a los servicios esenciales, destacan, la bicicleta también es un trampolín para conocer gente nueva y mantener la salud física y mental.
A Santiago, el curso le reafirmó la idea de que “la bici representa un símbolo absoluto de libertad”. Ángel habla además de integración: “Es lo más precioso que tiene el ser humano, porque compensa las debilidades y las convierte en fortalezas”. Junto a Nelson, sostienen cada uno una bicicleta. Yuri, la mascota, ahora duerme a pata suelta.