Abr 24

La lucha de Edwin: violencia, desplazamiento y cambio climático en Honduras

Edwin tenía solo 10 años cuando grupos criminales entraron en su casa y mataron a sus padres, forzándole huir de Tegucigalpa. 20 años después, el aumento del nivel del mar está borrando casas enteras del pequeño pueblo pesquero donde vive, en Honduras.

Edwin tenía solo 10 años cuando grupos criminales entraron en su casa y mataron a sus padres, forzándole huir de Tegucigalpa. 20 años después, el aumento del nivel del mar está borrando casas enteras del pequeño pueblo pesquero donde vive, en Honduras.

“Cuando vi el mar por primera vez, lloré”, cuenta Edwin Cruz, de 33 años, mientras prepara el almuerzo en su casa de madera, ubicada a pocos metros de la playa en Cedeño, un pequeño pueblo del sur de Honduras. El mismo mar que lo impresionó hace décadas ahora amenaza con tragarse su hogar y desplazarlo una vez más.

Edwin huyó a Cedeño después de que miembros de una pandilla irrumpieran en la casa de su familia en Tegucigalpa, la capital hondureña, y asesinaran a sus padres. Tenía 10 años cuando presenció el crimen, escondido bajo la cama. “Me acuerdo de todo”, dice, con los ojos llenos de lágrimas. Sin familiares que pudieran hacerse cargo de él, se dirigió al mercado de la ciudad en busca de comida. En la terminal de autobuses, vio un autobús con destino a Cedeño y decidió subirse porque su sueño era conocer el mar.

Más de 247,000 personas han sido desplazadas internamente en Honduras debido a las actividades de grupos criminales, como la extorsión, control social y territorial, despojo de viviendas, la violencia contra las mujeres y niñas, y el reclutamiento forzado de niños, niñas y adolescentes. Más de 300,000 personas hondureñas han solicitado asilo en el exterior.

Cedeño recibió a Edwin con los brazos abiertos. Con la ayuda de vecinos que le ofrecieron comida, un lugar donde dormir y le enseñaron a pescar, Edwin creció, fue a la escuela y eventualmente construyó su propia casa. Pero, año tras año, el aumento del nivel del mar y las marejadas frecuentes arrasaron con cientos de viviendas, borrando partes enteras de la comunidad. Edwin teme que su casa sea la próxima.

Retrato de Edwin Cruz en la puerta de su casa en Cedeño

Edwin Cruz posa para un retrato en la puerta de su casa en la playa de Cedeño. © ACNUR/Santi Palacios

Antiguamente un vibrante destino turístico, Cedeño está ahora enfrenta fenómenos meteorológicos extremos. Entre 1982 y 2015, el Océano Pacífico avanzó más de 40 metros. Con playas que se reducen a un promedio de 120 centímetros por año, el pueblo corre el riesgo de desaparecer por completo.

Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de las Naciones Unidas (CEPAL), Honduras es el país de la región con la mayor proporción de su población en situación de pobreza. Además, el Índice de Riesgo Climático Global posicionó a Honduras como el tercer país más afectado por fenómenos extremos entre 1993 y 2022. Se espera que las inundaciones recurrentes, ciclones tropicales y sequías aumenten en frecuencia y gravedad.

Durante las últimas lluvias intensas y la tercera marejada del año, la casa de Edwin quedó completamente inundada. “Fue triste para mí porque las láminas del techo cedieron. Se me mojó cada esquina y dormí como un pollito mojado hasta que llegaron a ponerme otra lámina”, recuerda.

Vulnerabilidades que se agravan

Cedeño depende de la pesca y el turismo, pero el aumento del nivel del mar, la deforestación de los manglares y la contaminación han devastado estas actividades económicas. “Veinte años atrás, el mar producía bastante pescado. Ahora no, uno vuelve con las manos vacías. Yo en las noches pienso, aguanto hambre en mi estómago”, cuenta Edwin.

El mar también ha destruido infraestructuras vitales, como los sistemas de saneamiento, un centro de salud y la escuela donde Edwin aprendió a leer y escribir.

“Esto ya no nos pertenece; le pertenece al mar”, dice María Luisa Fuentes, de 47 años, mientras muestra lo que queda de la escuela. Muchos niños, niñas y adolescentes, incluida su hija Fanny, de 13 años, ya no tienen acceso a la educación.

Dagoberto Majano, pescador, líder comunitario y miembro del Comité de Emergencia Local, se preocupa por el futuro de este pueblo que alguna vez fue tranquilo: “Aquí hay muchos jóvenes que no saben leer y escribir. Tenemos tantos problemas de alcoholismo y de drogadicción. Hay muchas personas a las que la venta de droga las está atrayendo y es conflictivo”, advierte.

Sin lugar a dónde ir

Muchos residentes ya se han visto obligados a abandonar el pueblo, y más están en riesgo de desplazamiento. Cada año, Edwin tiene que mover su casa unos metros tierra adentro, pero ya casi no le queda espacio. “Esto es todo lo que tengo”, dice, señalando una estrecha franja de tierra, de no más de cinco metros de ancho.

Para las personas que ya han sido desplazadas por la violencia, los fenómenos meteorológicos extremos representan otra injusticia más. Según cifras del Banco Mundial, estos eventos meteorológicos podrían desplazar hasta 56,400 personas dentro de Honduras para el año 2050, lo que se sumaría a la ya numerosa población desplazada internamente. Los movimientos forzados conllevan riesgos adicionales, ya que las personas tienden a desplazarse hacia ciudades que ya están altamente afectadas por la violencia.

Resiliencia comunitaria

A pesar de los desafíos, la comunidad de Cedeño se está organizando para adaptarse y responder a esta situación. Benjamín, quien vive con fibrosis quística, dedica sus fines de semana a enseñar a niños, niñas y jóvenes sobre conservación de la naturaleza a través de “Exploradores de la Ciencia y la Cultura”, un programa educativo que fundó en su casa.

Por su parte, María Luisa y otras mujeres crearon la Asociación de Mujeres Marisqueras, un grupo que, con el apoyo de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, está reforestando manglares y explorando iniciativas de ecoturismo. “Los manglares le dan vida a nuestros mariscos y almejas. Lo que más me gusta es sembrar. Nos sentimos motivadas y felices cuando hasta 40 mujeres salimos a plantar”, cuenta.

Mujeres marisqueras en la playa de Cedeño rumbo a la siembra de manglar

Mujeres marisqueras en la playa de Cedeño rumbo a la siembra de manglar. © ACNUR/Santi Palacios

ACNUR trabaja junto a la comunidad para fortalecer los medios de sustento de las familias, impulsar iniciativas innovadoras y facilitar el acceso a los mecanismos de protección frente al desplazamiento forzado interno. Estas acciones contribuyen a que la comunidad sea más resiliente ante los fenómenos meteorológicos extremos y la violencia.

La falta de financiamiento para este tipo de iniciativas pone en riesgo la continuidad de programas, afectando directamente los espacios que se generan para reforzar su resiliencia. La escasez de recursos también limita que más comunidades accedan a soluciones que les permitan continuar protegiendo los ecosistemas de forma colectiva y mejorar su preparación ante fenómenos meteorológicos extremos.

Mientras tanto, Dagoberto lucha para que Cedeño reciba apoyo de las autoridades locales y nacionales para hacer frente a las múltiples emergencias meteorológicas que enfrenta la comunidad a lo largo del año, y para encontrar soluciones sostenibles para sus habitantes. Aunque su sueño es que Cedeño vuelva a ser como antes, cree que las autoridades deben comenzar a desarrollar planes de reubicación integrales.

Edwin aún se niega a pensar en dejar el pueblo que le dio seguridad. “Nunca se me ha dado en la mente irme. Nunca. Cedeño es mi hogar. Me gusta porque es una aldea tranquila, sin violencia”. Sin embargo, tras una pausa, concluye: “Pero puede que pase, porque el mar viene avanzando y peleando lo que es de él”.

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