En la cancha, no es más que una jugadora que persigue un balón. Pero fuera de él, se ha convertido en mucho más: un modelo a seguir, una hermana, una estudiante y la voz de una nueva generación de jóvenes refugiadas en el deporte.
“Me llamo Nyota”, responde con sencillez y una tímida sonrisa. “Sí, juego fútbol. Lo hago desde los 10 años”.
Así comienza una historia marcada por la resiliencia, la comunidad y la búsqueda de un propósito, una historia que se extiende desde un campamento de refugiados en Tanzania hasta las canchas de fútbol de Toronto.
De Tanzania a Quebec: una infancia llena de transiciones
Nyota nació en un campamento de refugiados en Tanzania, la menor de una familia numerosa con cinco hermanos y una hermana. Su familia había huido del conflicto en la República Democrática del Congo. Finalmente, se reasentaron en Joliette, una pequeña ciudad a una hora de Montreal, Quebec.
“Crecí en Joliette”, cuenta. “Es un lugar pequeño. Cursé el bachillerato en Montreal y luego me fui a Estados Unidos durante cuatro años para estudiar la universidad”.
Esos primeros años en Quebec no siempre fueron fáciles. El fútbol, comenta, era un privilegio, algo por lo que sus padres trabajaban muy duro para poder permitírselo.
“Los deportes en Canadá pueden ser muy caros. El fútbol no era una excepción, sobre todo con tantos niños. No era algo que pudiéramos simplemente hacer. Mis padres tuvieron que trabajar mucho para que pudiéramos jugar”, explica.
“Nunca fue solo un juego, era una recompensa. No lo daba por sentado”.



