Nov 04
Nyota Katembo (a la izquierda) en acción durante un partido en casa contra el Montreal Roses FC. © Cortesía de AFC Toronto

Nivelando la cancha: cómo Nyota Katembo convirtió sus raíces como refugiada en una prometedora carrera en el fútbol

Cuando Nyota Katembo entra a la cancha, todo lo demás se desvanece: el ruido, la presión, el peso de su pasado.

Por: Zeba Tasci en Ottawa, Canadá.

En la cancha, no es más que una jugadora que persigue un balón. Pero fuera de él, se ha convertido en mucho más: un modelo a seguir, una hermana, una estudiante y la voz de una nueva generación de jóvenes refugiadas en el deporte.

“Me llamo Nyota”, responde con sencillez y una tímida sonrisa. “Sí, juego fútbol. Lo hago desde los 10 años”.

Así comienza una historia marcada por la resiliencia, la comunidad y la búsqueda de un propósito, una historia que se extiende desde un campamento de refugiados en Tanzania hasta las canchas de fútbol de Toronto.

De Tanzania a Quebec: una infancia llena de transiciones

Nyota nació en un campamento de refugiados en Tanzania, la menor de una familia numerosa con cinco hermanos y una hermana. Su familia había huido del conflicto en la República Democrática del Congo. Finalmente, se reasentaron en Joliette, una pequeña ciudad a una hora de Montreal, Quebec.

“Crecí en Joliette”, cuenta. “Es un lugar pequeño. Cursé el bachillerato en Montreal y luego me fui a Estados Unidos durante cuatro años para estudiar la universidad”.

Esos primeros años en Quebec no siempre fueron fáciles. El fútbol, comenta, era un privilegio, algo por lo que sus padres trabajaban muy duro para poder permitírselo.

“Los deportes en Canadá pueden ser muy caros. El fútbol no era una excepción, sobre todo con tantos niños. No era algo que pudiéramos simplemente hacer. Mis padres tuvieron que trabajar mucho para que pudiéramos jugar”, explica.

“Nunca fue solo un juego, era una recompensa. No lo daba por sentado”.

– Nyota Katembo

© Cortesía de AFC Toronto

© Cortesía de AFC Toronto

Una cosa de familia: enamorarse del juego

El amor de Nyota por el fútbol surgió gracias a las personas más cercanas a ella, sus hermanos.

“Con cinco hermanos [varones], el fútbol siempre estaba presente a mi alrededor, y al principio no me interesaba mucho. Quería ser porrista”, recuerda entre risas. Finalmente, Nyota se unió a una liga juvenil local, principalmente para acompañar a su hermano menor en la cancha. “Al principio, yo era la hermana pequeña que intentaba seguirles el ritmo. Pero rápidamente se convirtió en algo que quería para mí”.

Esa conexión con sus hermanos la ayudó a enamorarse del juego, pero también le dio confianza.

“Creo que verlos jugar me hizo sentir que yo también podía hacerlo. Y entonces empecé a encontrar mi propio ritmo, mi propio estilo”, explica. “Mis hermanos me impulsaron, me animaron. Aprovechábamos al máximo lo que teníamos, aunque solo fuera un balón y un espacio abierto”.

Sus padres apoyaron su creciente pasión a pesar de los gastos. “No siempre podían costear el material o las cuotas de inscripción, pero lo hicieron posible”, señala. “Creían en lo que el deporte podía aportarnos, no solo actividad física, sino también un futuro”.

Encontrar un sentido de pertenencia en el juego

Para Nyota, el fútbol se convirtió en algo más que un deporte. Era una forma de sentir que pertenecía a algo.

“En la escuela, siempre fui la rara”, recuerda. “A la hora del almuerzo, todos comían sándwiches y yo comía arroz y estofado. Me miraban y me preguntaban: ‘¿Qué es eso?’. Me sentía un poco incómoda y diferente”.

Pero en la cancha, todo cambió.

“En el fútbol, nadie sabe quién eres ni de dónde vienes. Lo único que importa es lo que haces en la cancha”, asegura. “Me dio algo en común con otras chicas y me ayudó a hacer verdaderas amistades”.

El deporte también ayudó a sus hermanos a adaptarse. “Yo llegué a Canadá cuando tenía dos años, pero mi hermano mayor llegó a los 16”, explica. “El fútbol fue aún más una válvula de escape para ellos. Una forma de expresarse”.

Representando más que a sí misma