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May 11
Mohammad con cuatro de sus hijos, incluida Arkan, de 10 años (la segunda a la izquierda). © ACNUR/Houssam Hariri

Se necesita apoyo urgente para las personas refugiadas sirias

Sin trabajo y luchando por salir adelante en medio de la crisis económica del Líbano, una familia refugiada siria depende de los escasos ingresos de su hija de 10 años para mantenerse.

Por: Nadine Mazloum en Trípoli, Líbano, para ACNUR

Foto: ACNUR/Houssam Hariri

A veces pareciera que esto no es real. Pensás: “¿Cómo hemos terminado así, en una tienda de campaña?”, comenta Mohammad, señalando el alojamiento cubierto de lona, hecho de madera y restos de metal, en el que vive su familia de seis integrantes en un asentamiento de Trípoli, al norte del Líbano.

Mohammad, de 34 años, y su esposa Asmaa huyeron del conflicto en la gobernación siria de Hama en 2013, cuando su hija mayor, Arkan, era solo una bebé. Ahora, con 10 años y cuatro hermanos menores, lo único que ha conocido es la vida en un asentamiento informal, donde la lluvia se filtra por debajo de las endebles paredes en los húmedos meses de invierno, y la lona atrapa el sofocante calor en verano.

En verano parece un horno. En invierno hace frío”, explica Mohammad. Sin leña para su estufa durante el duro invierno que acaba de pasar, recurrieron a quemar zapatos y bolsas de plástico. Los humos tóxicos llenaban regularmente la tienda, dejando a los niños con tos en el pecho. La hija menor, Sanaa, de 2 años, tiene una cicatriz en la cabeza por un accidente reciente.

Están enfermos y no tenemos medicamentos”, señala su madre, Asmaa. “Mi hija se golpeó y se quemó la frente con la estufa, y no pude atenderla. Una rata me mordió la mano y no pude conseguir nada para la herida. No tengo absolutamente nada. La muerte es más misericordiosa”.

La grave crisis económica del Líbano – calificada por el Banco Mundial como una de las peores recesiones económicas nacionales del mundo – ha tenido un impacto devastador en las familias más vulnerables del país, incluidas las de las personas refugiadas sirias.

 

«No tengo absolutamente nada. La muerte es más misericordiosa», dice Asmaa

 

Con la moneda libanesa en caída libre, y la guerra en Ucrania agravando aún más los altos precios y la escasez generalizada de alimentos, combustible y medicinas, muchas personas como Mohammad y Asmaa han tenido que recurrir a saltarse comidas o a enviar a sus hijos a trabajar para poder sobrevivir.

Es una historia similar para muchos de los 5,7 millones de personas refugiadas sirias que viven actualmente en Turquía, Líbano, Jordania, Irak y Egipto. Así como para las comunidades locales que las acogen. Las turbulencias socioeconómicas y las continuas repercusiones de la pandemia de COVID-19 han arrastrado a un número cada vez mayor de familias a la pobreza, creando niveles de dificultad sin precedentes 11 años después de la crisis de Siria.

Mantener la ayuda vital para más de 20 millones de personas refugiadas sirias y miembros de sus comunidades de acogida fue el tema central de la conferencia internacional de donantes sobre el futuro de Siria y la región que se celebró ayer, 10 de mayo, en Bruselas. Para las familias que se enfrentan a las crecientes necesidades y a la disminución de las oportunidades económicas, la ayuda internacional continua es más vital que nunca, a pesar de las múltiples crisis mundiales que exigen la atención de los donantes.

El drama de una de las tantas familias refugiadas sirias

Para Mohammad y Asmaa su situación empeora por el hecho de que actualmente ninguno de los dos puede trabajar. Mohammad sufre de lesiones por esfuerzo repetitivo que le dejan los brazos en constante dolor, lo que significa que no puede hacer el trabajo manual en la construcción y la agricultura del que dependen en gran medida las personas refugiadas sirias. Asmaa solía trabajar en el campo para mantener a la familia, pero ahora que está embarazada de nueve meses eso ya no es una opción.

El apoyo que reciben de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, no cubre todas sus necesidades y, por desesperación, Arkan, de 10 años, se ha convertido en el principal sostén de la familia. “Necesito ayudar a mi padre”, dice la nena.

 

 

Por desesperación, Arkan, de 10 años, se ha convertido en el principal sostén de la familia. “Necesito ayudar a mi padre”, dice.

 

 

Su día comienza temprano. Se levanta a las 6 de la mañana y toma una bolsa grande llena de paquetes de pañuelos desechables para venderlos al lado de la carretera. Pasa ahí la mitad del día ganando el equivalente a 1 o 2 dólares antes de que su padre la recoja.

A menudo se burlan de mí mientras vendo mis pañuelos, y algunos niños incluso me jalan el cabello”, cuenta Arkan. “Pero necesito ayudar a mi padre”.

Aunque asiste a clases por la tarde en la escuela, Arkan desearía poder dedicar su tiempo por completo a su educación. “Me gustaría ser profesora cuando sea mayor”, comenta.

Además de preocuparse por su hija mayor mientras está vendiendo en las calles, Asmaa también está preocupada por el hijo que espera. “Me preocupa no poder dar a luz en una clínica porque no me lo puedo permitir”, señala. “Simplemente, no tenemos dinero”.

Cuando el trabajo y las clases terminan definitivamente en el día, Arkan sale a jugar con sus hermanos y los demás niños del asentamiento. Persiguen una pelota entre las tiendas de campaña y, por un breve momento, Arkan puede olvidarse de la responsabilidad que tiene con su familia y volver a ser una niña, soñando con un futuro mejor y más seguro.

 

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