“Nuestra casa está en llamas: actuemos como si así fuera”. Esta es la imagen que dibuja la joven activista Greta Thunberg de la crisis climática mundial, que bien podría ser la batalla que defina nuestro tiempo. Si perdemos esta batalla, podríamos perderlo todo.

Nadie como una persona refugiada conoce esa sensación. Para ellas, que en su vida enfrentaron el hecho de tener que huir de sus hogares por la guerra, la violencia y la persecución, la inminente amenaza de la pasividad ante el cambio climático ya es una realidad demasiado tangible. Mientras que líderes mundiales y activistas se reúnen en Nueva York para participar en la Cumbre sobre la Acción Climática, numerosas personas refugiadas son conscientes de que no es necesario ser Jefe de Estado para liderar esta lucha.

Céline, Omar, Gharam, Abraham, Annick, Teteh y Abdullah son algunas de esas personas refugiadas comprometidas con este complejo reto global, y cuyos proyectos y acciones buscan paliar los efectos negativos del cambio climático.

Céline y su proyecto de moda sustentable.

Céline Semaan es la fundadora de un laboratorio de diseño basado en Brooklyn que trabaja para que la sostenibilidad ambiental llegue, en principio, hasta el corazón de la industria de la moda. También es una antigua refugiada cuyo primer recuerdo es huir de un Líbano arrasado por la guerra cuando tenía tres años y medio.

Como diseñadora, Céline siente la responsabilidad de crear productos que sean bellos, trascendentes y éticos. Un sentimiento de responsabilidad guiado por su experiencia personal, porque sabe lo fácil que es perderlo todo.

¿Lo próximo en la agenda de la joven? Abrir unas instalaciones industriales para convertir plástico y restos textiles en nuevos materiales.

Omar, voluntario para retirar los residuos en el río Nilo

Omar es una de las 50 personas refugiadas de cinco países que luchan contra la contaminación causada por los plásticos en el río Nilo. Junto con otras 800 personas egipcias, colaboran de forma voluntaria para transportar los desechos que se acumulan en forma de islas de basura flotantes en El Cairo. En solo un día, los voluntarios lograron retirar 11,5 toneladas de residuos.

Por otro lado, Omar fundó un grupo juvenil para ayudar a otras personas sudanesas refugiadas a integrarse en las comunidades locales, y espera que su labor de voluntariado ayude a cambiar la percepción que se tiene sobre las personas desplazadas.

“Hoy, los voluntarios volverán a sus casas y le contarán a sus padres y madres que personas refugiadas de distintas comunidades les ayudaron a limpiar el Nilo. Esto cambiará para mejor la percepción que tienen de nosotros”, confía el joven.

Gharam, empleada en un proyecto ecológico en el Líbano

Gharam es una de las primeras refugiadas sirias contratadas para trabajar en un proyecto de reciclaje que hace frente a la crisis de basura que afecta al Líbano desde 2015. Consiguió el primer trabajo remunerado de su vida en «Recycle Beirut», un innovador proyecto que pretende reducir los vertederos desbordados de Beirut, al tiempo que aporta puestos de trabajo necesarios para personas refugiadas sirias en situación de vulnerabilidad. Para la mujer, este trabajo verde es mucho más que un modo de pagar el alquiler.“Tienen una crisis de residuos y nosotros les estamos ayudando”.

El Líbano acoge a más de un millón de personas refugiadas registradas procedentes de Siria: Es el país con el mayor número de personas refugiadas per cápita del mundo.

Abraham, el campeón de la reforestación

Abraham Bidal no pudo detener la guerra de la que huyó, pero sí logró dedicarse a plantar árboles y a cuidar la tierra que lo recibió a él y a otras personas refugiadas. Hoy es un firme defensor de la reforestación y promueve un movimiento para conservar el medioambiente en su nuevo país. “Plantar árboles es importante porque significan vida. Si algún día volvemos a Sudán del Sur, dejaremos este lugar tal y como lo encontramos”, cuenta Abraham.

ACNUR colabora con el Gobierno de Uganda para plantar 8,4 millones de plantines en 2019, restaurando así cientos de hectáreas de árboles en reservas.

Annick, emprendedora de la energía limpia

Kigali es famosa por ser una de las ciudades más limpias y más verdes de África, y personas refugiadas como Annick colaboran para que esto siga siendo así. Esta emprendedora burundesa se gana la vida vendiendo gas de energía limpia o gas licuado de petróleo, y su negocio va viento en popa. No solo permite que la joven sea independiente económicamente y una emprendedora de éxito, sino que además está impulsando la economía local mediante la creación de puestos de trabajo limpios. Es una situación en la que todos ganan: Las personas refugiadas, Rwanda y el medio ambiente.

Teteh, innovador de refugios en el desierto

Lo conocen como «el loco de las botellas», y no se equivocan. Teteh es un joven refugiado que diseña y construye refugios a partir de botellas de plástico desechadas y rellenas de arena para los más vulnerables en el remoto desierto suroccidental argelino. Gracias a su maestría en eficiencia energética y a su espíritu innovador, estos refugios sostenibles son una alternativa más sólida y duradera ante las fuertes lluvias y tormentas de arena en el riguroso clima del desierto, donde decenas de miles de refugiados saharauis llevan viviendo 40 años.

Los refugiados rohingyas que se están pasando a la tecnología verde

Pasaron dos años desde que unas 740.000 personas refugiadas rohingyas huyeron de la atroz violencia en Myanmar. Y una serie de refugiados han asumido papeles clave en la respuesta humanitaria. Este trabajo se centra en zonas bajas vulnerables a desprendimientos y la crecida repentina de los ríos, en un intento por compensar a través de la innovación y la tecnología no contaminante los daños causados por el medio ambiente. Desde proyectos agrícolas que sirven para combatir los efectos de la deforestación y la erosión, hasta sistemas de suministro de agua potable que reducen los costes energéticos y las emisiones, estas personas refugiadas están a la vanguardia del cambio humanitario, aprovechando la aplicación de tecnologías verdes.

Abdullah, supervisor de energía solar

En Siria, Abdullah podía mantener cómodamente a su familia con su trabajo de electricista. Ahora este padre de cinco hijos es refugiado en Jordania y hace buen uso de sus conocimientos como supervisor de una planta de energía solar en Azraq, el primer campamento de refugiados que funciona con energía limpia en el mundo. Así, sus compatriotas pueden iluminar sus hogares, cargar sus celulares y refrigerar sus alimentos.

En el cercano campamento de Za’atari, la planta solar más grande jamás construida en un campamento de refugiados aporta energía limpia necesaria para 80.000 personas procedentes de Siria, al tiempo que reduce las emisiones anuales de dióxido de carbono del campamento en 13.000 toneladas métricas, el equivalente a 30.000 barriles de petróleo.

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