Tras dejar su país, Moy encontró en Capiatá, en Paraguay, la oportunidad de empezar de nuevo. A través de su taller de juguetes sustentables y la creación de una red de apoyo a emprendedores, convierte su experiencia en un lazo entre culturas que impulsa la integración.
“Tener a mis hijos vivos”. Con esas palabras, Moy resume lo que significó dejar Venezuela y comenzar de nuevo. Afirma que hoy se siente segura. Y desde esa tranquilidad, encontró una oportunidad no solo para reconstruir su vida, sino también para contribuir activamente a la comunidad que la recibió.
“Uno nunca piensa en salir de su país. La primera vez que lo hice fue para mudarme”, relata. Desde el Estado de Bolívar hasta la orilla del Orinoco, ella, junto a su marido, recorrieron largas distancias antes de tomar la decisión de salir del país en 2017.
Eligieron Paraguay, atraídos por la posibilidad de acceder fácilmente a una residencia permanente y por las similitudes con su tierra natal. “Es un país muy, muy noble. Las personas fueron muy buenas. Cuando llegamos, no había tantos venezolanos. Éramos la novedad. La gente nos apoyó, nos orientó”. Aun así, Moy sueña con volver a Venezuela, morir en la playa y llevar consigo a sus amigos paraguayos, para que vean con sus propios ojos el lugar del que tanto habla.
Partieron de forma planificada hasta la ciudad de Capiatá, a 23 kilómetros de Asunción: ahorraron durante meses y reunieron toda la documentación necesaria. A pesar de esa preparación, la distancia sigue doliendo. “Mi mamá pudo venir recién el año pasado, pero no la veía desde hacía siete años. En octubre se cumplen ocho desde que nos fuimos”. Su marido, agrega, “no ve a su madre desde entonces”.
La familia vio en la posibilidad de emprender una nueva oportunidad, especialmente porque los adultos estaban a mitad de los cuarenta y les resultaba difícil conseguir empleo. Desde Venezuela trajeron las máquinas y el saber necesarios para continuar con Lúdicos Ecológicos, un emprendimiento de juguetes y figuras talladas en madera reforestada que ya desarrollaban en su país de origen.
Comenzaron con representaciones de fauna nativa venezolana, y ya en Paraguay investigaron para incorporar especies locales. Con el tiempo, sumaron figuras religiosas — “Hazme la Virgen de Caacupé, hazme la Virgen de la Rosa Mística”, les pedían los vecinos— y ampliaron la propuesta con rompecabezas y juegos de equilibrio diseñados para estimular la motricidad fina y gruesa en la infancia. Incluso, desarrollaron un método didáctico para enseñar a leer por sílabas. Moy asegura: “Con esto aprenden sí o sí”.
Gracias al apoyo financiero y operativo de la organización Semillas para la Democracia, agencia socia de ACNUR, la familia de Moy pudo dar un salto clave en su emprendimiento. “Dormíamos y trabajábamos en el mismo galpón. Pero nuestra hija empezó con problemas respiratorios. Los médicos advirtieron que podía agravarse si no cambiábamos esa situación”, cuenta. El apoyo permitió una solución inicial, aunque provisoria. Más adelante, con un premio otorgado por la Escuela de Emprendedoras Migrantes y Refugiadas —un programa de Semillas para la Democracia— lograron montar su taller definitivo, mejorar herramientas y aumentar el stock.
Pero el impacto de Moy trasciende el taller. Su casa, cuenta, “está abierta”. Allí recibió a numerosas personas refugiadas y migrantes, a quienes luego derivó a organizaciones como Semillas. Además, da clases de lectura, acompaña procesos educativos y lidera un grupo de WhatsApp con más de 300 emprendedores de la ciudad. “Venden sus productos a toda hora. Contribuimos a la economía circular, las 24 horas del día”, dice. Esta iniciativa es particularmente valiosa para adultos mayores que no saben cómo vender en línea.
Mientras la conversación avanza, nueve muñecos tallados en madera observan desde la repisa. Representan etnias indígenas de Venezuela. No forman parte del stock de venta: son trozos de historia que cruzaron fronteras. Moy los trajo consigo como quien carga raíces. “¿Cómo metes años de vida en una maleta?”.
Esas figuras, como su taller, su casa siempre dispuesta a recibir, sus clases y su red de emprendedores, hablan de un recorrido que no se detuvo al llegar, sino que echó mano a la memoria para construir futuro. Un puente entre el país que dejó y el país que eligió, donde hoy, pieza por pieza, se sigue armando hogar.
En los últimos meses, los recortes de fondos al sector humanitario podrían traducirse en la suspensión de programas y apoyos clave de asistencia, soluciones duraderas, integración, formación e inserción laboral y acceso a la documentación, entre otras herramientas esenciales para reconstruir la vida de las personas forzadas a huir. Historias como la de Moy, que hoy es un ejemplo de resiliencia y contribución, fueron posibles en parte gracias a ese apoyo.